Recuerdo el día aquel, cristal brumoso
en el que fui a cazar por tu ribera;
entonces el fulgor, la primavera:
la aparición del tacto melodioso.


Mi vida se ha fundado en ese gozo
-mi vida de romántica madera-,
sin ti, reír es nube pasajera;
sin ti, soñar es páramo dudoso.


Recuerdo bien, cuando te vi surgir
-crisálida de intentos valerosos-,
tatuando con diamantes mi sentir.


No morirás jamás, cristal lluvioso,
pues cuando sienta el último latir
aún arderá tu arpegio luminoso.